“¡Tienes el mismo carácter que tu padre!”, “¡Gritas igual que tu madre!”,
“Sus padres también eran muy tímidos”. Frases como éstas demuestran que los
padres son los primeros modelos de
referencia de sus hijos y tienen una gran influencia en el desarrollo de
su personalidad.
Los hijos, desde que son pequeños, imitan los comportamientos de sus padres
y estos tienen la valiosa labor de mostrarles y enseñarles conductas y hábitos
que les favorezcan y beneficien en su futuro. Esta tarea no es fácil, pues
muchos padres, con la mejor de sus intenciones, pueden inculcar patrones de
conductas poco adaptativos o que traigan consecuencias negativas en el
desarrollo socio-emocional del hijo.
En este artículo vamos a describirte algunos de los estilos educativos
parentales existentes y su repercusión a nivel psicológico en los hijo.
El estilo autoritario
Los padres caracterizados por utilizar un patrón educativo
autoritario, imponen las normas a sus hijos sin explicarles previamente por
qué se las ponen o qué sentido tienen. Si los hijos se saltan las normas,
les castigan de una manera muy exagerada, en la que no concuerda ni tiene
sentido el hecho castigado con el castigo.
Cuando les castigan, tampoco les dan explicaciones para justificar del
castigo, como si el hijo tuviera que adivinar mágicamente qué es lo que ha
hecho mal y por qué eso está mal. Recordemos que los hijos tienen que ser
educados y tienen que aprender y para aprender, primero hay que explicarles
ciertas cosas. Por otro lado, refuerzan poco o nada las conductas que
son adecuadas alegando que “es su deber”. La consecuencia es que el hijo
apenas valora lo que hace bien pues sus padres no se lo premian, lo que a
su vez hace que el comportamiento se repita cada vez con menos frecuencia.
Tampoco dialogan mucho con los hijos ni se muestran
demasiado afectuosos con ellos.
Al no dialogar apenas, no conocen a sus hijos, lo que les interesa o les gusta
y esto provoca que los hijos se sientan poco valorados e incluso rechazados.
En muchas ocasiones utilizan el castigo físico, algo que hace que el
niño sepa que lo que ha hecho no es correcto, pero sin enseñarle qué es lo
correcto, con lo cual no aprende absolutamente nada. Bueno, sí, aprende
que pegando se solucionan los problemas, lo cual no es nada positivo para
su aprendizaje ni para su desarrollo.
El niño crecerá y se convertirá en un adulto sumiso y preocupado por “el
qué dirán”, por las apariencias y por el rechazo de los demás. La autoestima será baja pues no
tendrá la capacidad de valorarse a sí mismo. También puede generar
comportamientos agresivos pues sus padres le han enseñado “que con mano dura se
arreglan las cosas”. Son personas tendentes a la tristeza, a la depresión con
pocas habilidades sociales.
El estilo permisivo
Todo lo contrario al anterior. Estos padres dan mucho afecto a los
hijos y mantienen una buena comunicación con ellos pero es el hijo el que
maneja a los padres a su antojo. Las necesidades e intereses del hijo van por delante
de las de los padres. Los hijos nunca reciben un “no” por respuesta y si lo
reciben, son tan insistentes, que sus padres al final ceden, lo que hace
que los hijos sepan el punto débil de sus padres y los manipulen para conseguir
sus deseos. Carecen de normas y límites y si los hay, son difusos y no se
cumplen bien. Sus creencias son del tipo “si exijo mucho a mi hijo, podría
frustrarse y eso sería perjudicial para su salud mental”.
Este error de pensamiento hace que los padres se conviertan en unos
satélites, todo el tiempo alrededor del hijo solucionándole cada problema o
circunstancia con la que se encuentra: “¿Te pongo el abrigo?” “¿Te hago la
cama?” “¿Quieres que te haga la merienda?”.
No enseñan a sus hijos a resolver sus propios
problemas o a tomar sus propias decisiones, con lo cual, los hijos crecen como personas
inseguras y miedosas que necesitan de otra persona que les ayude a caminar por
la vida pues es a lo que les han acostumbrado. Suelen tener baja autoestima
porque no se sienten competentes ni hábiles para manejarse solos por el mundo.
Carecerán de autocontrol pues siempre han hecho lo que
han querido y además
les costará mucho implicarse en el mundo laboral y persistir en él, ya que
siempre se lo han hecho todo. Tendrán baja tolerancia a la frustración ya que
nadie les ha dicho que “no” nunca y el día que alguien se lo dice, no son
capaces de tolerarlo.
El estilo democrático
Los padres que usan el estilo democrático muestran grandes dosis de
afecto y cariño. Usan mucho el diálogo con sus hijos, interesándose en sus
gustos, intereses y necesidades. Saben poner límites coherentes y
mantenerse firmes en ellos, sin ceder a la primera de cambio. Refuerzan los
comportamientos adaptativos de sus hijos como comer solo, ponerse la ropa
solo, hacer los deberes…
No usan el castigo físico si no que usan métodos con los que el niño pueda
aprender que sus actos tienen consecuencias y así como es en casa, será
en su vida futura. Dan responsabilidades a los niños coherentes a su edad para
que cada vez sean más autónomos e independientes lo que fomenta la
seguridad de los hijos y hace que aumente su autoestima. Estos hijos serán
personas más felices y con más seguridad.
Conocerán sus posibilidades y sus limitaciones lo que les hará confiar en
ellos mismos y tener una autoestima óptima. Son personas con buenas
habilidades sociales, con capacidad de diálogo y negociación. Autónomos e
independientes con un gran autocontrol de la conducta.
Al margen de estos estilos educativos, hay ciertas conductas que podemos
inculcar en nuestros hijos sin apenas darnos cuenta. Por ejemplo, no
pretendas que sea una persona educada si tu nunca das los buenos días, las
gracias o pides por favor, porque él te va a imitar.
No pretendas que no sea mentiroso si cuando no tienes ganas de hablar por
teléfono dices “diles que no estoy en casa” y él presencia esto. No pretendas
que de adolescente no te grite si cuando le regañas tú eres el primero que
grita y no dialoga. Ten cautela de lo que haces y lo que dices porque el
seguirá tus pasos.
Como hemos visto, la educación en la infancia y adolescencia es crucial
para el desarrollo psicológico de las personas, pero también es cierto que
intervienen factores biológicos como la genética en el desarrollo del
carácter y otras influencias como los iguales -amigos o compañeros de clase-.
No obstante, cuando el niño se vuelve adulto tienen la capacidad de cambiar
o desaprender, si así lo quiere, sus conductas poco adaptativas y aprender
otras que les ayuden a crecer como personas. ¡No todo está perdido!